POR JAVIERA VILCHES SUÁREZ EN PLACILLA DE PEÑUELAS.
Violencia y dormitorio.
Se entregan dos conceptos, un sustantivo y un lugar. En una primera instancia bombardeo el cuaderno con una lluvia de ideas de lo que pienso y relaciono sobre un dormitorio. Mi dormitorio. Observo todo lo que hay adentro.
¿Qué cosas hay? ¿Qué es lo que dice de mí?
Las paredes están cubiertas de imágenes. Fotos de cuando era chica y de Cartier Bresson, discos de vinilo, cartas y dedicatorias de los más cercanos, libros, manos de colores y postales de teatro. Las paredes son barrocas.
Pienso que el dormitorio es un gran archivo que contiene una serie de documentos que hablan de una identidad.
Los gustos, los anhelos, las añoranzas.
Veo todos los objetos que conforman una pieza. Una cama, un escritorio y un velador. ¿Cuáles son mis hábitos? Una cama bien hecha, un escritorio con polvo en los rincones y un velador con maquillaje y accesorios. Se devela un comportamiento humano, por lo que también logro identificar una cierta personalidad.
¿Cómo soy cuando estoy dentro de mi habitación? ¿Y cuando estoy afuera? ¿Cuál es la brecha que diferencia mi comportamiento cuando estoy adentro en la soledad y cuando estoy afuera en relación con un otro?
Pensar en el teatro en un espacio tan reducido y personal re-significa la intimidad de un dormitorio, tensando lo público con lo privado, lo oculto con lo visible, lo escondido con lo divulgado.
¿Qué es lo que estoy privando/ocultando/escondiendo de los demás?
Pienso en la oscuridad del ser. La aparición de los demonios. El placer sexual. El mundo de los sueños. Lagrimas derramadas. Energías fatigadas sobre una cama. La ira. Noches en vela. Un vino y uno que otro cigarrillo. El dormitorio como un contenedor de emociones y sentimientos.
Me sigo desenvolviendo en el cuaderno y finalmente llego hacia la violencia. Me pregunto: ¿De qué manera puedo violentar un dormitorio?
El proceso creativo aún sigue en la fase de investigación. Paralelamente voy puerta por puerta en Invica de Placilla de Peñuelas buscando el interés de los vecinos en el proyecto. En un inicio no tengo mucha suerte. Vecinas que me miran por la ventana y se esconden, otros que les da miedo la invasión de desconocidos y otros que simplemente nos les interesa. Lo comprendo. No cualquiera le abre las puertas de su casa a un extraño.
La elección de la zona en particular no es al azar, sino más bien una decisión de trabajar con las viviendas aledañas a un terreno baldío que llama mi atención de hace un tiempo atrás. Todos los días transcurro en la micro frente a ese peladero, y me quedo observando los pocos segundos que me demoro en pasar, la notoria diferencia de las casas pareadas con diversos colores de Invica, a las casas condominio monocromático de Curauma, un mega proyecto inmobiliario. Es aquel pedazo de tierra que marca la diferencia.
Vuelvo a pensar en la violencia y de cómo la violencia sistemática agrede a los vecinos y vecinas a través de las inmobiliarias. Y bajo suposiciones de los residentes más cercanos al terreno, en un futuro cercano la “Tierra de nadie” será de alguien más con fines mercantiles.
Natalia Guzmán, vecina de la calle Los Jacarandaes, finalmente me invita pasar a su hogar. Sorpresivamente acepta abrir las puertas de su casa al teatro sin ningún cuestionamiento. Me invita a subir al segundo piso hacia una habitación disponible en la que pueda desenvolver mis ideas creativas. Una pequeñísima habitación con una ventana que da hacia el terreno baldío. “¿Qué crees que se hará con ese terreno?” le pregunto. “Me imagino que construirán el mismo edificio que están haciendo del otro lado de esta calle” me responde mientras se escuchan taladros y carretillas en algún lugar cercano.
Comienzo a crear la posible fábula que aborde una violencia más objetiva e invisible (sistema –inherente al estado “normal” de las cosas) y que da las condiciones para que aparezca la violencia subjetiva y visible (perturbación de lo “normal y pacífico”) descrito por Slavoj Zizek.
Encuentro tres hitos importantes a desarrollar: Una mujer con trastorno de agorafobia, un desalojo forzoso por un gran proyecto inmobiliario y la fabricación de una bomba.
Prosigue un trabajo teórico con la actriz. Leemos “sobre la violencia” de Slavoj Zizek, “Para una crítica de la violencia” de Walter Benjamin y “Cultura y simulacro” de Jean Baudrillard.
Natalia nos recibe a ambas para trabajar como ratones de laboratorio dentro de una pieza. ¿Cómo podrían caber tantas personas para ver el pequeño formato escénico que estábamos creando? Busco estrategias de cómo ocupar el reducido espacio. Decido por un sistema operativo más práctico y que potencie el estado natural de un dormitorio, su intimidad. La función será solo para dos personas. Por lo tanto, haremos más de una función.
Dentro del proceso creativo, surge la experimentación del cuerpo en escena. Trabajamos en la particularidad del personaje reflejado en el diseño escénico del dormitorio. El lenguaje corporal y estético es suficiente para narrar la fábula, por lo que se decide descartar el lenguaje verbal. Pruebo con la improvisación de la actriz y con diversas fuentes de iluminación para ahondar en una atmósfera más onírica. Es ahí cuando se activa –inconscientemente de mi parte- la participación de Natalia en la creación teatral. Se entusiasma y nos propone distintos aparatos lumínicos para potenciar lo trabajado, luego de uno que otro desayuno y almuerzo juntas, donde en la sobre mesa la manteníamos al tanto de todo lo que ocurría en nuestro pequeño espacio experimental. Incluso, sin ninguna queja, nos permite pintar las paredes de lo que ahora es nuestro escenario.
Poco a poco se re-configura un dormitorio que tiene como fin en un inicio, almacenar diversas herramientas de diseño industrial (profesión de Natalia), a un dormitorio que tiene como fin adentrarnos a la mente de una mujer con fobia a los espacios públicos.
El estreno se acerca y con ello los últimos detalles a terminar. Detalles en el que al menos uno queda atrás. Un pendrive con un video a reproducir en una tele del comedor en el primer piso, se me quedó distraídamente sobre mi cama el día de funciones. La idea principal era que las personas llegaran diez minutos antes de su función y observaran un video que estaría en constante repetición mientras esperaban. Una suerte de introducción de lo que ocurriría en el segundo piso dentro de la habitación. Y sin haberlo previsto resultó mejor de lo que esperaba, ya que aunque tuviera el pendrive de regreso en mis manos, cuando bajé al primer piso a reproducirlo lo guardé nuevamente en mi bolsillo al ver que muchas personas compartían entre ellas en la casa de un extraño, pero ya nada era tan extraño. Copas de vino y cositas para picar. Conversaciones agradables y la sonrisa de oreja a oreja de Natalia. Repito, sin haberlo previsto, el encuentro humano se había conformado en el primer piso mientras en el segundo piso ocurría un acontecimiento teatral. Me alegré de que el pendrive se me hubiera quedado en casa.